“En nuestra profesión, no podemos dar nada por hecho. No solamente vivimos pendientes de las condiciones meteorológicas, sino que además es imprescindible luchar contra plagas que destruyen las frutas, verduras y hortalizas, o incluso gestionar el uso del agua, según los momentos del año y de la zona geográfica en la que nos ubiquemos. Por eso, es necesario aprender a vivir con la incertidumbre”.
Raúl Domínguez forma parte de la tercera generación de agricultores, una actividad enormemente arraigada a su familia. De su padre heredó el valor de la disciplina, el trabajo bien hecho y la pasión por la naturaleza y los animales. De su madre, lo imprescindible que resulta dedicar un esfuerzo adicional a organizar cuadrillas, velar por el buen funcionamiento de la cadena de recogida o distribución y mantener todo en perfecto estado. De ambos, obtuvo un conocimiento que le ha sido útil en sus más de 30 años de profesión: solo se quedan quienes puedan competir, tanto en precio como en calidad del producto.
Una reflexión que resulta un tanto paradójica, sobre todo, después de haber visto cómo algunos vecinos de la zona de la Plana, en Valencia, han tenido que buscar otros horizontes por la falta de rentabilidad del negocio a pesar de la calidad de las frutas y hortalizas que cosechaban. ¿Cómo puede ser que un sector que genera productos básicos para la población no cuente con más facilidades para perdurar en el tiempo?
“Los agricultores, los ganaderos y los profesionales que trabajamos el campo, sabemos que el sector primario es fundamental para la supervivencia de las personas, algo que entraña también una gran responsabilidad. Cualquier error que cometamos puede tener consecuencias desastrosas para nuestro negocio, por un lado, e indirectamente en el consumidor.”