Las cifras son ya conocidas. El estatus socioeconómico y cultural juega un papel fundamental en el desarrollo educativo de una persona desde niña: cuanto menos favorable es el entorno, las probabilidades de obtener buenas notas y acceder a la educación superior se van reduciendo, llegando, en muchos casos, a desaparecer.
La educación inclusiva es el camino para una sociedad más igualitaria. Además, la experiencia apunta a que la inversión en políticas de igualdad educativa es la inversión social más rentable, ya que de los jóvenes de hoy dependerá el bienestar de la sociedad del mañana.
La educación superior sigue siendo “un problema universal”, en palabras de la UNESCO, para muchos jóvenes -en particular, para las mujeres jóvenes. Con la llegada a la mayoría de edad, muchos de estos chicos y chicas tienen la necesidad de independizarse económicamente, por lo que acaban renunciando a continuar estudiando. Aunar todos los esfuerzos posibles para corregir esta situación de injusticia y luchar para una educación superior más inclusiva es tarea de todos.