Después de más de una hora de inmersión, ya en la cubierta de aquel enorme barco, volví a topar con aquel señor. Las ganas de saber la incógnita detrás de ese reloj se apoderaron de mí de manera incontenible. «¿Dónde está el secreto?», me atreví a decir mientras iba recuperando el aliento poco a poco.
Como si lo estuviera esperando, su contestación fue inmediata:
«El primer reloj para bucear se fabricó, nada más y nada menos, que en el año 1965 en Japón. Sin ser nada del otro mundo, el reloj era resistente hasta 150m de profundidad, tenía un bisel giratorio con una tija especial y la esfera permitía una alta legibilidad. A partir de aquí, se fueron mejorando considerablemente en materia de seguridad, legibilidad y resistencia, permitiendo de esta forma disfrutar del buceo en cualquiera de las condiciones. Lo más curioso fue cómo se decidió fabricar».
Por su expresión facial supe que se trataría de una historia apasionante. Un hito en la historia de la horología, pero también de los deportes náuticos. «¿Cómo fue?», me apresuré a verbalizar.
«Todo empezó con una carta de un buceador profesional en la prefectura de Hiroshima, Japón. El buceador explicaba que ningún reloj era lo suficientemente robusto como para soportar las presiones y tensiones que él experimentaba cuando utilizaba una cápsula de buceo o cuando practicaba buceo de saturación. Y ahí nació el reto de fabricarlo».