Actualmente en España 1 de cada 3 menores vive en riesgo de exclusión social. Durante el último año y medio, la situación de estos niños, niñas y adolescentes ha empeorado por la crisis sociosanitaria y económica que ha desencadenado la pandemia. A finales de 2020, más de 400.000 hogares con menores tenían a todos sus miembros sin empleo. Las familias más vulnerables han perdido estabilidad y poder adquisitivo. El impacto negativo de esta crisis es especialmente duro con la infancia, un colectivo sensible que tiene sus propias necesidades y exige estrategias concretas para evitar el peligro de heredar la pobreza.

Desde que comenzó la pandemia, las desigualdades sociales y materiales han ido in crescendo. Los niños, niñas y adolescentes de los hogares más vulnerables han sufrido desde un estricto confinamiento domiciliario a diferentes restricciones que han interrumpido el desarrollo normal de su vida, como el juego al aire libre o los deportes de equipo, entre otros. Ahora que la vida vuelve poco a poco a ser lo que era, es esencial evitar esa exclusión social presente antes del Covid-19 y acentuada a raíz de la pandemia.

La educación es un motor capaz de generar nuevas oportunidades de futuro e influir de manera rotunda en el desarrollo de los más pequeños, por lo que es esencial no retirar el foco en la vuelta a las aulas. Las carencias materiales y de infraestructuras influyen en los resultados académicos aumentando la brecha educativa: los menores que viven en situación de desigualdad tienen más probabilidades de abandonar las aulas.